La historia de ‘Maelo’ un genio que revolucionó la música con su talento inigualable, superando desafíos personales y dejando un legado cultural imborrable.
Nacido el 5 de octubre de 1931 en Santurce, Puerto Rico, Ismael Rivera, conocido como “Maelo”, emergió como una figura trascendental en la música popular de su isla. Su trayecto comenzó en 1948 como conguero del Conjunto Monterrey, dirigido por Monchito Muley, donde compartió escena con Rafael Cortijo, entonces bongocero. Desde joven, demostró un talento innato para la música, construyendo instrumentos rudimentarios para alegrar su vecindario.
En 1952, tras un breve paso por el ejército del que fue licenciado por no hablar inglés, Rivera continuó trabajando como albañil, aunque su destino estaba en los escenarios. Fue en 1954 cuando debutó profesionalmente como cantante con la Orquesta Panamericana del maestro Lito Peña, consiguiendo su primer éxito con “Chacha in blue” y destacándose con su interpretación de “Charlatán”.
El ascenso con El Combo de Cortijo
En 1955, Rivera se une a El Combo de Rafael Cortijo, consolidándose como una de las mejores voces de Puerto Rico. Con temas como “El bombón de Elena”, “El negro bembón” y “Con la punta del pie”, capturó la esencia de los ritmos afrocaribeños, siempre con su característico “saoco” y un dominio impresionante de la clave. Su fraseo único y capacidad de improvisación lo convirtieron en el “Sonero Mayor”, un título otorgado por el legendario Benny Moré.
Un tropiezo en su carrera
En 1962, tras una gira por Panamá, Rivera fue arrestado junto a Cortijo en Lexington, Kentucky, por posesión de drogas. Ambos cumplieron cuatro años de prisión. A pesar de este revés, Ismael demostró resiliencia. En 1966, se reunió con Cortijo y grabó los discos “Bienvenido” y “Con todos los hierros”, pero su deseo de innovar lo llevó a Nueva York, donde formó Los Cachimbos y produjo 11 álbumes memorables.
El legado inmortal
El 25 de junio de 1974, Rivera se reunió con su compadre Cortijo en un histórico concierto en San Juan, que resultó en el álbum “Juntos otra vez”. Recordado por su distintivo “Ecuajey”, Ismael dejó un repertorio que abarca desde historias como “Micaela” y “La hija de la vecina” hasta expresiones de amor como “Besitos de coco” y “Dueña de mi inspiración”.
En 1981, brilló en un concierto de Bob Marley y The Wailers en París ante 75,000 personas. Fue también pionero como el primer cantante negro de música popular en aparecer en televisión y cine nacional, destacándose en “Maruja” (1959) y otras producciones internacionales.
El ocaso de un grande
En 1982, la muerte de Rafael Cortijo, ocurrida el día de su cumpleaños, marcó profundamente a Rivera, quien comenzó a perder la voz. En 1983, el cáncer de garganta lo alejó definitivamente de los escenarios. A pesar de su debilitada salud, recibió un emotivo homenaje en el Coliseo Roberto Clemente antes de su fallecimiento el 13 de mayo de 1987, en su hogar y junto a su madre.
Una herencia cultural eterna
El legado de Ismael Rivera trasciende su éxito comercial. Sus temas, desde “Las tumbas” hasta “El Nazareno”, continúan siendo referencia obligada en la música puertorriqueña. Fue un embajador de la cultura afrocaribeña y una figura esencial en la historia musical de Puerto Rico, llevando siempre en alto la dignidad de su pueblo.
Ecuajey: Un genio de las frases
Ismael Rivera, se convirtió en un ícono de la música popular y el son montuno. Este sonero no solo improvisaba en un espacio fijo, sino que su voz se entrelazaba magistralmente con el coro, siempre en perfecta clave y con un dominio instintivo de la polirritmia.
Fue autor de frases inmortales como “maribelemba”, “ecuajey” y “sacude zapato viejo”, además de componer temas emblemáticos como “Besito de coco”, popularizado por Celia Cruz. Su talento también dio vida a canciones como “Sola vaya”, “Arrecotin arrecotán”, “Amor salvaje”, “Aquí estoy, ya yo llegué”, “La cumbita”, “Mi libertad eres tú” y “El que no sufre, no vive”. En 1975, sorprendió al grabar un tema soul titulado “Yo no quiero que te enamores”, parte del álbum “Soy feliz”.
En 1981, fue la sensación del concierto de Bob Marley y sus Wailers en París, frente a una multitud de 75,000 personas. También rompió barreras como el primer cantante negro de música popular en aparecer en televisión y en una producción cinematográfica nacional: “Maruja” (1959). Posteriormente, participó en los filmes “Calypso” y “Mujeres en la noche”, de producción italofrancesa e italiana, respectivamente.
Antes de alcanzar la fama, Ismael Rivera trabajó como limpiabotas y albañil, profesiones que complementaba con su pasión por la música. Desde niño, Maelo construía instrumentos rudimentarios y alegraba las calles con su talento. En 1952, se alistó en el ejército, pero fue licenciado por no hablar inglés.
Su carrera musical despegó en el Combo de Cortijo, tras dejar la Orquesta Panamericana por un lío sentimental. Aunque inicialmente cobraba $32.80 semanales, una suma inferior a los $55 que ganaba como albañil, su talento lo llevó a la cima. Dos de sus interpretaciones más famosas, “Maquinolandera” y “Las ingratitudes”, fueron escritas por su madre, Margarita Rivera García, conocida como “Doña Margó”.
En Nueva York, colaboró con Tito Puente y grabó un álbum para el sello Fania, convirtiéndose en 1979 en uno de los artistas mejor pagados de la disquera, junto a Celia Cruz. En su carrera, acumuló una fortuna estimada en $3 millones. Sin embargo, la muerte de su compañero Rafael Cortijo en 1982, justo en su cumpleaños, lo afectó profundamente, al punto de perder la voz.
El ocaso de una estrella
En 1983, Maelo se vio obligado a retirarse de los escenarios tras ser diagnosticado con cáncer de garganta. Antes de su partida, disfrutó de un emotivo homenaje en el Coliseo Roberto Clemente. Devoto del Cristo Negro de Portobelo, le dedicó la canción “El Nazareno”, escrita por su amigo Henry Dávila. Además, Bobby Capó compuso en su honor el tema “Las tumbas”.
El miércoles 13 de mayo de 1987, Ismael Rivera falleció en su hogar, sentado en una silla y acompañado por su madre. Su legado como el mejor intérprete de Tite Curet Alonso y como uno de los soneros más grandes de la historia de la música tropical perdura en la memoria de sus seguidores. Maelo no solo marcó una época, sino que definió un estilo y una forma de vivir la música.

Madre del Sonero Mayor y pionera de la música caribeña
Margarita Rivera García, conocida como “Doña Margot”, nació el 10 de junio de 1909 en Gurabo, Puerto Rico. Fue madre de Ismael Rivera, “El Sonero Mayor”, y una figura crucial en su formación musical. Según el propio Maelo, fue su madre quien le enseñó a improvisar y a ser un buen sonero.
Desde joven, Doña Margot demostró un talento innato para la música. Improvisaba décimas espinelas y compuso varias canciones que fueron grabadas por Cortijo y su Combo. Entre sus creaciones más destacadas se encuentran la guaracha “Las ingratitudes” y el ritmo oriza “Maquinolandera”. Su talento y creatividad la convirtieron en la primera mujer en destacarse como compositora de ritmos caribeños en Puerto Rico, dejando una huella indeleble en la historia musical de la isla.
Cuando tenía siete años, Margarita se mudó con su familia al sector capitalino de Santurce, estableciéndose en la Calle Calma, donde pasó el resto de su vida. Desde muy joven, trabajó como conserje en las escuelas públicas cercanas a la barriada Villa Palmeras, compaginando su vida laboral con el cuidado de su familia.
En 1926, con apenas 17 años, contrajo matrimonio con el policía Luis Rivera Esquilín. Juntos tuvieron seis hijos, aunque el primero, Carlos, falleció a los ocho meses de nacido. Su segundo hijo, Ismael Rivera, nació en 1931 y se convirtió en una leyenda de la música tropical.
Doña Margot también compuso las bombas “Doña Chana” y “El negrito Gulembo” en 1959, así como “Bombón de canela” en 1969. Estas piezas reflejan su maestría como compositora y su capacidad para capturar el espíritu de la música puertorriqueña.
Margarita Rivera García falleció el 5 de abril del 2000 en el asilo Hogar Nueva Esperanza, en Villa Carolina. Su legado como madre del Sonero Mayor y pionera de la composición caribeña perdura en la memoria colectiva de Puerto Rico, recordándola no solo como una figura materna, sino también como una visionaria que abrió caminos para futuras generaciones de artistas.